Qué bonitas tienen siempre las plantas en la floristería. Todas ahí bien expuestas, luciendo sus mejores flores, sus verdes más intensos, sus olores más buenos. "Elígeme a mí", te dice ese ciclamen blanco inmaculado. "Yo te duraré más", responde el geranio rojo de toda la vida. "Yo te aguantaré mejor con menos cuidados", te dice una aparentemente aburrida planta sin flor. Como la vida misma, cada una intenta venderse como mejor puede. Satisfacción inmediata, fidelidad longeva, dar mucho a cambio de poco.
Las plantas del escaparate saben que hay mucha gente que ante la indecisión pueden llevarse a las tres a casa, pero aún quedan algunos clientes que van a darle vueltas y vueltas hasta llevarse sólo una, para ver qué tal. "A esta sólo la tienes que regar cuando veas que la tierra está seca. No la riegues mucho, o la ahogarás", te advierte la tendera cuando crees haber elegido. Unas se marchitan si no les das suficiente cariño, otras se agobian si les das demasiado. Qué difícil es que tus plantas hagan buena cara.
Hay muchas dispuestas a dejarse querer, pero cuesta dar con una que te quiera de verdad. El amor es algo muy subjetivo, también en el mundo de las plantas. Cada combinación es un juego de equilibrios, una partida al Operación. Un paso en falso y se enciende la bombilla roja. Pero si tiene los balcones llenos de plantas, seguro que tiene el corazón lleno de cariño. Dale tú también un poco y verás cómo va creciendo y echando flores nuevas. Flores que cuando aún estaba en la estantería de la tienda no había tenido tiempo de mostrar.
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