viernes, 28 de febrero de 2014

Una hoja menos en el calendario

Ya estamos otra vez a último viernes de mes. Otro mes que se pasa volando. Otro viernes para poner Ace of Base en la oficina y mover la cabeza cantando Always Have, Always Will. Una sonrisa más en la cara. Una hoja menos en el calendario.

El invierno queda atrás y con él se marcha el frío. Los días se alargan, la luz del sol es más dorada y los almendros ya están en flor. Un viaje asoma la cabeza. Unos amigos esperan con los brazos abiertos una cena pendiente desde hace meses en que podremos estar por fin todos. Una ocasión ideal para empezar ese libro que esperaba un momento especial para ser leído.

Retomé este blog para no estar tan pendiente del calendario, para que el tiempo no fuera simplemente eso que va pasando mientras tu vida sucede. Para apropiarme de ese tiempo y usarlo en positivo. Para dejar testigo de este crecimiento. Para mí. Debo admitir que me ha sorprendido vuestra aceptación. Me suena un poco absurdo dirigirme a vosotros así, pero me hace ilusión tener cada vez más visitas y que me digáis que os gusta lo que escribo. La vergüenza siempre había sido una barrera difícil de levantar.

Aquí está marzo, con expectativas y optimismo en el horizonte. Con ganas de guardar la ropa de invierno y salir a sentir el calor mientras acaricio el lomo del último Murakami que me falta por leer. Sintiendo que muy pronto también repartiremos salud. Estoy listo para seguir caminando.

lunes, 24 de febrero de 2014

Seis puntos para la Dama


Incluso una canción absurda puede inspirar algo serio. No nos quedó muy clara la letra de la Dama, pero sí la coreografía. El punto está en sacudir los brazos acabando las frases con palabras que rimen con huevo. Cuero, fuego, suelo, juego. Lo que sea. Moverte mucho sin saber muy bien lo que estás diciendo, como hacíamos en nuestra adolescencia con esas canciones en inglés. Si hay que petardear, que sea bailando.

Podemos encontrar metáforas hasta en las cosas más banales. La Dama recibió la mínima puntuación de los tres miembros del jurado y la mínima puntuación del voto del público. Fue la peor valorada de la noche pero ella recibía esos seis puntos con una amplia sonrisa. En cambio, Ruth Lorenzo ponía cara de perro cuando no le daban el máximo, y se pasó toda la gala mosqueada, pese a que al final resultó ganadora.

Lo bonito de hacer el Camino de Santiago no es llegar cuanto antes a la plaza del Obradoiro, sino aprender a disfrutar del recorrido. Abrazar a tus amigos, reír durante horas, pedir una cerveza más, dejar de mirar el reloj, bailar juntos una chorrada y también parar a quejarte de lo que te duelen los pies. Al final del camino no siempre hay una Catedral, por eso es importante empezar a vivir ya. 

Quien te quiere ya está orgulloso de ti. Sabes valorar las oportunidades y detestas la soberbia. Te lo has pasado bien y eso es lo que más te importa. Son sólo seis puntos, pero son tus puntos. Hay que ser más Dama y menos Ruth en la vida. Disfruta de este momento y no dejes de sonreír.

miércoles, 19 de febrero de 2014

Mirar hacia arriba

La primera vez que quedamos en Colón me dijiste que no sabías lo que era. "Es que nunca miro hacia arriba", contestaste. Cuando estamos en otra ciudad no nos parece raro andar contemplando continuamente lo que nos rodea. De hecho, lo raro sería no hacerlo. Pero en la nuestra, a menudo se nos pasan muchas cosas por alto. 

Un turista podría haberte guiado. ¿Perdone, sabe dónde queda Colón? Claro, al final de la Rambla. O al principio, según se mire. Siempre es fácil saber dónde acaban las cosas y a menudo hay que pensar mucho para acordarse dónde empezaron. Cuando te has perdido, a veces simplemente necesitas mirar hacia arriba.

Arriba está la estatua de Colón, apuntando en la dirección contraria. La gente se fija en eso, en que su dedo no señala a América, que es lo que se supone que debería hacer. A mí me gusta pensar que señala hacia allí porque por allí se sale del puerto, y si quieres llegar a América más vale que le hagas caso o tu barco quedará varado en el Paral·lel. En ocasiones hay que dar un pequeño rodeo para lograr tus objetivos.

Hemos pasado mil veces por muchos sitios sin habernos dado cuenta de lo especiales que eran. ¿Qué tal si nos parásemos de vez en cuando a disfrutar del camino? Como mirar mucho por la ventana en un viaje en tren. Como observar las gaviotas en el puente del Maremàgnum. Como responder al interfono asomándote a la ventana. Mira hacia arriba.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Andar hasta el final

Tengo un puñado de complejos, pero hay una cosa de la que sí me gusta presumir: mi sentido de la orientación. Perderse. Esa sensación de no saber donde andas, de no tener ni idea de hacia dónde dirigirte, de notar que el pánico se apodera de ti porque te has perdido. Esa sensación es muy exótica en mí, porque rara vez me desoriento. En mi cabeza hay una brújula que se acaba de imantar con mi intuición. Cuando falla, siento el subidón provocado por ese vértigo a lo desconocido. Me encanta.

La primera vez que fui a París quise ir solo. Una megalópolis así seguro que me descolocaba y hacía que me perdiera. Lamentablemente no lo consiguió, pero disfruté de la experiencia de ir confirmando paso a paso que no me había perdido. Que iba encontrando hitos que sabía localizar en un mapa. Que todo andaba según lo previsto. Que tenía la situación controlada en todo momento. Que podía estar perdido en la vida, pero nunca en un mapa. 

Hace ya casi un año, en Gran Canaria, llegamos a un pueblito costero en el que paramos a comer. Yo sabía que cerca andaba una cala que podía ser la ostia. Lo sabía porque podía sentir que detrás de esa montaña se escondía algo que desde la carretera no se podía ver. Esa cala me está esperando, pero nadie me cree. Nadie me cree y desconfían que detrás de esas piedras pueda haber algo bonito.

Me pongo a andar, decidido. El camino parece peligroso pero la marea está baja, así que mis pasos son confiados. Sigo andando y fantaseando con la ilusión que me hará descubrir ese rincón escondido, esa cala de ensueño que está esperándome tras esas rocas enormes y resbaladizas. Apoyo los pies con más cuidado, aquí el suelo está más mojado y llegan las olas. Escalo la última roca y sólo entonces, aparece esa playa, mucho más grande, cristalina y solitaria de lo que imaginaba. Lástima que no me llevé la toalla, quizá porque yo tampoco acabé de creérmelo. Ahora sé que hay andar hasta el final para confirmar que tenía razón.

lunes, 10 de febrero de 2014

La mejor hora

En el mismo viaje en tren en que decidí retomar este blog, decidí que lo acompañaría siempre de fotos tomadas por mí. También alguna de Google Earth, sí, para tener la excusa de mantener el título. Fotos hechas expresamente para casar con las cosas que quiero decir: un paraguas amarillo, un reloj con distracciones electrónicas, un amigo sentado en la fuente de una plaza. Pero también fotos que despiertan vivencias o sentimientos dormidos.

Un álbum de fotos es el perfecto archivo de recuerdos. Vas girando páginas y vas riendo acordándote de situaciones absurdas, vas acariciando las caras de aquellos que ya no están, vas sonriendo al volver a sentir capítulos especiales de tu vida. Es toda una bomba sentimental. Una carpeta en el disco duro también lo es, pero una foto bien enmarcadita es como un medicamento efervescente: hace el mismo efecto pero actúa antes. Mi abuelo a pocos meses de morir había días que no me reconocía, pero muchas veces cogía mi foto que tenía en el mueble y le hablaba a aquel niño en moda ochentera que le sonreía a través del marco.

Cuando por fin me compré una réflex, mis amigos se reían siempre de mí cuando pasaba de hacer una foto en un sitio que era bonito pero no tenía buena luz o porque les decía que necesitaba una ISO demasiado alta y prefería volver en otro momento, o cuando me emocionaba al llegar la mejor hora. He tenido incluso discusiones por no llegar a tiempo para coger la luz perfecta en el ángulo perfecto. Mi recomendación para tomar una buena foto es tener mucha paciencia. Paciencia también para aguantar que se rían de ti, aunque luego al ver el resultado las vayan a querer lucir en sus redes sociales. Así otro día aprenderán también a ser pacientes.

Amar la fotografía implica asumir la maldición del fotógrafo: tus fotos serán más o menos bonitas, pero tú apenas saldrás en un par de fotos buenas. Será cuestión de ir perfeccionando las selfies mientras no tengas a nadie que te las haga. Pero nunca dejar de compartir la pasión de retratar momentos, lugares y sentimientos.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Aprender a dejarse visitar


Hay amigos que vienen de visita y llegan con la maleta llena de planes compartidos. Bloqueo la agenda y me preparo para volver a enseñar mi ciudad, volver a comer en aquel restaurante que tanto echaba de menos, volver a buscar un mirador adecuado para la hora del día. Volver a transmitir la pasión que Barcelona despierta en mí.

Nunca me canso. Podría recorrerla con los ojos cerrados. Podrían raptarme en una furgoneta sin ventanas y no me desorientaría. Es cuestión de soltar el freno y dejarse llevar. Sin mapa. Pasear hasta quedar extenuados. Olvidar el reloj y dejar que el tiempo vuele, aunque luego toque salir corriendo para poder llegar a todas partes. 

Cuando estás así, quedarte sin batería en el móvil sólo es grave porque ya no puedes tomar más fotos. Habrá que conformarse con recordar esos instantes, sin más. Simplemente recordarlos. El tiempo ahora es nuestro. Abrimos el grifo y dejamos que corra el agua. Hay que dejarse visitar más.

Desde las alturas el aire fluye más libre y embobados el tiempo pasa aún más deprisa. Aparecen nuevas perspectivas y parece que todo está más cerca, que todo está más apelotonado, que todo está al alcance de la mano. Hay días que desde las alturas de Barcelona se puede ver Mallorca. No parece más que una nube oscura, baja y alargada, pero es la mismísima Serra de Tramuntana. Tan lejos, pero tan cerca. Todo es una cuestión de perspectiva. Hay que aprender a ver lo que tienes ante las narices.

lunes, 3 de febrero de 2014

How I Met Your Mother


Salvo en contadas excepciones, siempre me he sumado tarde al carro en cuestión de series. Esperaba a que hubiera unas cuantas temporadas para así asegurarme de que podía darme un buen atracón sin temer a que la despensa quedese vacía. Me lanzo a por ella y me zampo un capítulo detrás de otro, luego otro más, uno más y a la cama. Bueno, va, otro.

Un día entré en Amazon y vi un ofertón: las seis primeras temporadas de Cómo Conocí a Vuestra Madre al precio de una. Una serie aparentemente poco profunda, con pocos personajes, amena y rápida parecía perfecta para ver en versión original y sin subtítulos con la excusa de seguir abriendo el oído al inglés. Pero con el juego que daba el recurso de ser una historia contada en retrospectiva, lo gamberros que eran los guionistas con sus ingeniosos giros y la arrolladora personalidad y clichés de los cinco protagonistas me encangaché de tal manera que un unos meses me puse al día y ya esperaba ansioso cada martes mi pizquita de droga, esos veinte minutos tan esperados.

Pero la que iba a ser última temporada acabó alargándose, y se notó. Se notó mucho. Mucha gente la abandonó, pero yo decidí darle una oportunidad. Llegados hasta aquí era como haber cruzado un largo puente colgante y, a tan sólo unos pasos del final, decidir dar vuelta atrás y dejarlo estar. Pero a medida que pasaban las semanas, se hacía más pesado andar esos pocos pasos que quedaban hasta el otro lado del puente.

Hasta que llegó el martes pasado. Todo lo mala que estaba siendo esta temporada se me olvidó de golpe. Un amigo dijo en Twitter: "lo que me gustaba era que era la serie del amor y hoy con el capítulo 200 ha vuelto a serlo". No puedo estar más de acuerdo. Ahora somos muchos los que hemos recuperado la ilusión con esta serie y tenemos nuestras emociones listas para estallar en llanto. Esta noche emiten uno más y ya sólo faltarán seis capítulos. Una recta final con la responsabilidad de engancharnos al sofá y hacernos disfrutar por última vez de la que creíamos que iba a ser la nueva Friends.

Por ahora puedes agarrar tu ukelele y salir a tocar los primeros acordes de La Vie en Rose. Nunca sabes quién va a estar escuchándote en el balcón de al lado.