Qué diferentes son las zonas de llegadas y salidas de los aeropuertos, y cómo me gusta observar allí a la gente. Al margen de la funcionalidad del edificio en sí, los sentimientos de añoranza tienen un matiz especial en cada planta. Arriba, en las salidas, predomina un "te voy a echar de menos", con caras tristes y apenadas. Abajo, en las llegadas, todo son "qué ganas tenía de verte", con sonrisas y alegrías. Son dos maneras de manifestar un mismo sentimiento. Si bien la primera tiene un halo de negatividad inevitable al ser el principio de una temporada de separación física, sería genial cambiarla por un "qué ganas voy a tener de volver a verte" aunque nos cueste.
La despedida se eterniza en esas colas zigzagueantes que parecen no tener fin y esos controles donde siempre descubren que llevas un botellín de agua. Después del último abrazo vienen mil saludos con la mano desde lejos, a cada giro de la cola de los controles, a cada fracción de minuto previa a pasar el escáner, a cada vez que vuelves a ponerte el cinturón tras ser cacheado. Levantas la mano una última vez y luego te la llevas al pecho. Te voy a echar de menos, dicen tus ojos.
El reencuentro es también muy tenso, pero acaba ocurriendo de golpe. Cada vez que se abre la puerta de llegadas rastreo el máximo de caras que puedo procesar en esos segundos de apertura, moviendo la cabeza a lado y lado para poder ver a todo el mundo. Tras diez minutos me doy cuenta de que por la puerta de la derecha sólo salen japoneses, así que tengo que centrar mis esfuerzos en solamente una de las dos. De repente te veo llegar, me escondo y te sigo. ¿Qué pasa, machote? Qué ganas tenía de verte, te digo yo.