Parece que fue ayer cuando metí los pies en esas aguas congeladas donde si no me tiraba de cabeza no iba a decidirme nunca a bañarme. Pero ha pasado ya un mes entero. Cuatro semanas que han avanzado entre angustiosamente lentas y vertiginosamente rápidas. En mi gráfico distancia - tiempo se produce la paradoja de que todo parece reciente y lejano a la vez. Un déjà vu que marea. Recuerdo detalles muy concretos de aquella tarde como si los acabara de vivir o como si mañana fuera a volver a vivirlos.
¿Por qué guardar los cereales en la balda más alta de la cocina si luego
hay que ponerse de puntillas y estirar mucho los brazos para llegar a
agarrarlos? ¿Y si los pusiera más a mano? Aquí cubre nada más dar un paso pero allí podemos correr, saltar, darle con el hocico a la pelotita y hacer ahogadillas de forma segura, aunque si nos bañarnos de noche hay riesgo de que nos enganche el Leviatán.
Cada mañana le das la vuelta a esos dados que marcan el día en el que estamos. Pero hay días que te olvidas de hacerlo y por un momento piensas que todavía falta mucho para volver a la playa. Pero es sólo un momento. Busca en cuál de los dos queda el número nueve y ponlo a la derecha. Mañana. Con una sonrisa en los labios el tiempo pasa mucho más deprisa.
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