lunes, 2 de junio de 2014

Miedo al diálogo

Se desvía a la cuneta, da un frenazo y para el coche. Se quita las gafas de sol y le mira a los ojos.
 
- No has entendido nada.
- Es porque no quieres escucharme.
- Yo sí que te escucho. Es a ti a quién falta empatía.


Abre y cierra las varillas de las gafas de sol en un movimiento repetitivamente nervioso. Él se fija en sus manos.

- Empatía para decir lo que quieres oír.
- Empatía para entender lo que te quiero explicar.
- No quiero que me expliques nada.


Sale del coche y se sienta en el capó, mirando fijamente ese aerogenerador solitario que va dando vueltas. Él también sale, rodea el coche por detrás y se apoya en la puerta abierta.

- Deja que te lo cuente desde el principio.
- Ya lo has hecho dos veces y sólo ha servido para que nos enfadásemos aún más.
- Porque no quieres hacerme caso.
- responde mirándole a los ojos.
- Porque no quiero hacerte caso.

Él no puede aguantar la mirada. Se muerde el labio y se mira las manos. Abre una de las varillas y la rasca con las uñas. Una brisa silenciosa hace bailar las espigas. El aerogenerador sigue dando vueltas, ajeno a la discusión. Se mantienen callados, observando cómo las aspas giran. Un golpe de aire hace que el trigo empiece a susurrar y bailotee hacia ellos dos.

- Parece que se ha levantado viento.
- Cállate y dame un beso.

1 comentario:

Fernando Bside dijo...

A veces es eso. El silencio. Observar. Dejarse llevar. Querer.