Mi anterior cumpleaños fue agridulce. Por un lado celebrábamos que llevaba un año más en este mundo, pero por otro una noticia de última hora nos hacía difícil disimular las caras largas. Fue uno de los cumpleaños con las sonrisas más forzadas que recuerdo, pues las fotos que hicimos fueron más para recordarnos a todos juntos que para recordar la fiesta en sí. Eran fotos por si acaso. Creo que fui el único que sonreía sinceramente. Quizá desde el principio he sido excesivamente optimista con este tema, pero un año después parece que yo tenía razón.
Un número tan random como el treinta y uno ha dejado atrás un año muy intenso en que cada mes podría tener su propio titular. Cambios, cambios, cambios. He crecido mucho, aunque hablando en términos temporales solo haya pasado un año. El potrillo al que en enero le temblaban las piernas ha aprendido a andar al paso, al trote y al galope. El potrillo ha echado un buen cable al caballo para que también se volviera a levantar. El potrillo ha estado a punto de morir por sinceridad en numerosas ocasiones. Una buena temporada de la serie Encjurgellados.
Treinta y dos es un número guay y lo voy a estrenar con mis ojitos brillantes. Este año me espera una carrera de obstáculos y no sé dónde estaré en mi próximo cumpleaños, pero el camino no podría ser más bonito. Iré pintando las piedras que me vaya encontrando con esmalte de colores alegres. Sonrío, es mi cumpleaños.
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