Sílbame, decía la canción de cierre en Willy Fog. Más de ochenta días dando tumbos por el mundo, venga a ir arriba y abajo, rescatando los ejercicios de estadística de la carrera, corriendo, sudando, dejando que el estrés ocupara cada poro de mi piel. Mis escapadas a tus brazos o ponerme a bailar Alcázar en la elíptica del gimnasio me ayudaban a desconectar, a apagar mi mente un rato o dos antes de volver a desbordarse a la mañana siguiente. Pedirle diez minutos más al despertador ya era un capricho que no me podía permitir.
Rigodón cantaba aquello de "silba fuerte fuerte y el problema no es problema, porque siempre hay un amigo que desea estar contigo" pero yo nunca he sabido silbar. De haberlo sabido no hubiera hecho otra cosa en mucho tiempo. En lugar de eso me abrazaba a la rutina arrolladora como un koala se abraza a un eucalipto, como las señoras en la puerta del Corte Inglés esperan a que afloje la lluvia. No saben cuando va a amainar esta tormenta, así que se resignan a seguir esperando.
Esperando. Esperando intenté poner la boca así como si fuera a beber, a ver si conseguía silbar. La lluvia golpeaba mi cara impidiendo ejecutar el comando correcto, una y otra vez hasta acabar empapado. Pero cuando ya estaba dispuesto a rendirme me di cuenta de que en realidad ya estaba allí. Alguien había acudido a mi llamada antes de que algo parecido a un silbido lograra salir de mis labios. Había vuelto a Londres ignorando la línea internacional de cambio de fecha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario