En la pequeña ciudad de Freiburg, al sur de Alemania, cuando llega la noche y la frecuencia de los tranvías supera el cuarto de hora, las cuatro líneas llegan a la misma hora a la parada central y se esperan un par de minutos para que todo el mundo que lo necesite pueda hacer el cambio. Ocho tranvías que se acercan por todas las calles del cruce para luego marcharse ordenadamente. Cada noche la misma rutina cadenciada. Buenas noches, línea 2. Gute Nacht, Linie 5.
Coges el móvil y mandas un par de emoticonos. El mensaje recorre silenciosamente la red llevando una sonrisa a varios cientos de kilómetros. Que descanses. Doble check. Escribiendo. Nuevos emoticonos. Más sonrisas. El ruido del ventilador nos va hipnotizando. El despertador proyecta la hora en el techo. Las 00:34. Sabes que tampoco es demasiado tarde pero prefieres no contar las horas de sueño que te quedan. Cierras los ojos. Buenas noches, línea 4.
Cada noche llego a ese cruce y espero que lleguen los otros tranvías. Dejo el móvil en la mesita y doy vueltas en la almohada. Busco con los pies bajo las sábanas. Miro el reflejo de los faros en los adoquines. Ha llovido y está todo mojado. Así es aún más bonito. Tus ojos brillan con la ténue luz que entra por los minúsculos huecos de la persiana. Una mujer salta corriendo dentro del segundo tranvía. Alargo la mano y busco la tuya a mi lado. Suena la campanilla y cierro los ojos. Espero que esta noche por fin llegue mi línea.
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