martes, 23 de diciembre de 2014

Highlights

Empecé el año fingiendo que todo iba bien. No quería arruinar la Nochevieja a mis amigos, pero fingir se me da muy mal. Como un velero sin vela, que no puede disimular que es la marea quien le arrastra. En 2014 cobró más fuerza que nunca lo de año nuevo, vida nueva. Un año de cambios en mayúsculas. El cervatillo al que le temblaban las piernas sin dejar de sonreír tuvo que aprender a hacer malabarismos. Con una mano, malabarismos económicos. Con la otra, malabarismos de gestión del tiempo. Y mientras lanzaba ambas pelotitas al aire, malabarismos con la vida. 

Al principio se me caía todo, pero poco a poco fui dominando la técnica y, con el estrés al cuello, le pillé el truco. Ya llevaba unos meses ensayando antes de verme obligado a hacerlos cada vez con menos fallos. Llegó el día de la gran actuación y todo salió según estaba previsto. Corrió la voz y hasta vino a verme gente desde muy lejos, y encima no podía usar los brazos para secarme las lágrimas. Muy lejos también ese día estaban mis ojitos brillantes, esperando un mensaje de todo ha ido bien. Y llegó. Y por fin pude salir corriendo a comprar ese girasol imperfecto, ese que buscaba el oeste antes del atardecer porque decía que lo más bonito de esa puesta de sol empezaba ahora.

Hace falta un corazón bien grande para compensar el enorme peso que este año han tenido las cosas malas. No es necesario esperar cinco minutos antes de la cuenta atrás para hacer balance de lo bueno y malo. Porque yo tengo muy claro qué ha sido lo mejor que me ha pasado este año y brilla tanto que relativiza todo lo demás. Brilla tanto que lo puedo ver desde muy lejos, incluso en los días que me levanto hundido. Brilla tanto que cuando cierro los ojos sigue aquí. Brilla tanto que pienso acabar el año abrazado a él.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Pon una planta en tu vida

Qué bonitas tienen siempre las plantas en la floristería. Todas ahí bien expuestas, luciendo sus mejores flores, sus verdes más intensos, sus olores más buenos. "Elígeme a mí", te dice ese ciclamen blanco inmaculado. "Yo te duraré más", responde el geranio rojo de toda la vida. "Yo te aguantaré mejor con menos cuidados", te dice una aparentemente aburrida planta sin flor. Como la vida misma, cada una intenta venderse como mejor puede. Satisfacción inmediata, fidelidad longeva, dar mucho a cambio de poco. 

Las plantas del escaparate saben que hay mucha gente que ante la indecisión pueden llevarse a las tres a casa, pero aún quedan algunos clientes que van a darle vueltas y vueltas hasta llevarse sólo una, para ver qué tal. "A esta sólo la tienes que regar cuando veas que la tierra está seca. No la riegues mucho, o la ahogarás", te advierte la tendera cuando crees haber elegido. Unas se marchitan si no les das suficiente cariño, otras se agobian si les das demasiado. Qué difícil es que tus plantas hagan buena cara.

Hay muchas dispuestas a dejarse querer, pero cuesta dar con una que te quiera de verdad. El amor es algo muy subjetivo, también en el mundo de las plantas. Cada combinación es un juego de equilibrios, una partida al Operación. Un paso en falso y se enciende la bombilla roja. Pero si tiene los balcones llenos de plantas, seguro que tiene el corazón lleno de cariño. Dale tú también un poco y verás cómo va creciendo y echando flores nuevas. Flores que cuando aún estaba en la estantería de la tienda no había tenido tiempo de mostrar.

miércoles, 29 de octubre de 2014

Cómo me enamoré de tu gata


Como en toda primera cita gatuna que se precie, el día que te conocí empezaste a olisquearme. Acerqué mi nariz a tu hocico para saludarte y enseguida fuiste a analizar cómo olían mis zapatillas y mi mochila. Esperabas que el tío este por fin te ofreciera de comer algo de pavo, por eso no tardaste en hacerme la croqueta y demás monerías a mi paso. Me conquistaste casi tan rápido como tu dueño.

Unos cuantos meses después puedo decir que hemos empezado a entendernos. Más o menos. Ya no me muerdes tanto ni me das tanta alergia y yo a cambio no te levanto mucho del suelo e intento darte una chuche cada día. Por las noches respondes a mis miaus y hasta me traes tu ratoncito de juguete para que te lo lance. "Momiji, eso lo hacen los perros". "Miaus", me contestas dando un golpecito al ratón con tu hocico, como diciendo "venga, tíramelo otra vez".

Por las mañanas, en cambio, no hay quien te arranque una respuesta. Ni gritando tu nombre por el pasillo te dignas a abandonar el respaldo del sofá, ese que estás deformando porque, acéptalo, te estás poniendo regordeta. Me acerco, te llamo una vez más y lo más parecido a una respuesta es tu mirada de indiferencia. "Me voy al súper, Momiji". Ni caso.

Pero cuando llega la mañana en que me vuelvo a Barcelona, te encuentro tras la puerta del dormitorio esperándome. Miaus, miaus. Me sigues al baño, me sigues a la cocina, te refriegas en mis pies mientras me tomo apresurado el café y metes tu cabecita en mis zapatillas cuando intento calzarme. Incluso me acompañas a la puerta de la calle. Como si en lo más profundo de ti supieras que no nos vamos a volver a ver en unas semanas. Como, sin decirlo, me quisieras demostrar cuánto vas a echarme de menos. Como si fuera tu forma de decir "yo también te quiero". Porque yo te quiero, Momiji. Miaus.

miércoles, 15 de octubre de 2014

On a Night Like This

El pop llegó a nuestras vidas con una misión: emocionarnos. Nos emocionamos bailando nuestras canciones favoritas en un concierto, nos emocionamos identificándonos con letras a veces excesivamente chochis, nos emocionamos recordando vivencias que quedaron marcadas a fuego con una canción. El pop es emoción, por mucho que a veces sea emoción de usar y tirar.

Anoche Kylie nos volvió a regalar un hit tras otro. Sin chorros de agua, sin salir volando, sin fuegos artificiales, sin grandes efectos especiales pero con mucha proximidad. Era casi como tenerla cantando en el salón de casa. Como si le hubiéramos dicho "Kylie, amiga, vamos a cantar juntos lo que nos gusta" y ella obedeciera. Al igual que en Madrid el lunes, ella flipaba de que todo el estadio cantara sus canciones. Quizá tras 27 años no sepa todavía que el pop es aún mejor en compañía.

Porque sí, cantar a grito pelado Your Disco Needs You en una lucha de caderazos, bailar Hand on Your Heart dándolo todo con tus amigos, intentar hacer un buen vídeo de Need You Tonight para compartir con alguien a quien echas de menos o incluso dejar de ir a buscar una cerveza durante la aburridísima Beautiful fueron momentazos que no vamos a olvidar. Más todavía habiendo acabado la noche pedaleando hacia tus brazos bajo la lluvia. On a night like this I wanna stay forever.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Sílbame y ya voy

Sílbame, decía la canción de cierre en Willy Fog. Más de ochenta días dando tumbos por el mundo, venga a ir arriba y abajo, rescatando los ejercicios de estadística de la carrera, corriendo, sudando, dejando que el estrés ocupara cada poro de mi piel. Mis escapadas a tus brazos o ponerme a bailar Alcázar en la elíptica del gimnasio me ayudaban a desconectar, a apagar mi mente un rato o dos antes de volver a desbordarse a la mañana siguiente. Pedirle diez minutos más al despertador ya era un capricho que no me podía permitir.

Rigodón cantaba aquello de "silba fuerte fuerte y el problema no es problema, porque siempre hay un amigo que desea estar contigo" pero yo nunca he sabido silbar. De haberlo sabido no hubiera hecho otra cosa en mucho tiempo. En lugar de eso me abrazaba a la rutina arrolladora como un koala se abraza a un eucalipto, como las señoras en la puerta del Corte Inglés esperan a que afloje la lluvia. No saben cuando va a amainar esta tormenta, así que se resignan a seguir esperando.

Esperando. Esperando intenté poner la boca así como si fuera a beber, a ver si conseguía silbar. La lluvia golpeaba mi cara impidiendo ejecutar el comando correcto, una y otra vez hasta acabar empapado. Pero cuando ya estaba dispuesto a rendirme me di cuenta de que en realidad ya estaba allí. Alguien había acudido a mi llamada antes de que algo parecido a un silbido lograra salir de mis labios. Había vuelto a Londres ignorando la línea internacional de cambio de fecha.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Buen viaje

Pensábamos todos que a estas peculiares vacaciones ya le faltaban poco. Que ya teníamos bastante de escribir nuestros nombres en el fondo del mar y de huir nadando a toda prisa de las medusas. Pensábamos que íbamos a hacer pronto las maletas para volver de nuevo a casa y olvidarnos de las caminatas bajo el sol, de las cincuenta alarmas diarias y del vuelva usted mañana. Tú el primero.

Hoy te vas, pero no tenemos que pensar que todo lo que hemos hecho en los últimos meses no ha servido de nada, porque al menos ha servido para tener tiempo de acercarnos. Buen viaje.

martes, 9 de septiembre de 2014

Nuestro ritual de celebración

Sabía que no podía escribir sobre ti sin echar una lagrimilla, por eso este primer párrafo es el último que en realidad escribo esta vez. La vida da muchas vueltas y las nuestras llevan ya casi media vida girando juntas. De una manera o de otra, siempre has sido como mi satélite. Más cerca o más lejos, pero siempre sin perdernos de vista. Justo como en la canción de Natalie Imbruglia: cause you are my satellite, so I'm trying to keep you in sight

Porque siempre has estado dispuesto a recibirme con el bote salvavidas y los brazos bien abiertos cuando hiciera falta. Ni la distancia física consiguió separarnos un pelo. Quizá estuvieras seiscientos y pico kilómetros más para allá, pero siempre estabas al alcance de la mano. Hoy eres lo primero que veo al levantarme y no se me hace extraño: llevas quince años formando parte de mí.

Así que levantemos la taza, brindemos, apoyemos en la mesa (quien no apoya...), estiremos el dedo meñique y miremos para otro lado antes de dar el primer sorbo. Nuestro ritual de celebración es una más de nuestras coreografías. Por muchos años más, y por muchos a tu lado. Feliç aniversari :)

jueves, 4 de septiembre de 2014

Salir a respirar

Te sumerges para bucear con la intención de cruzar la piscina de un tirón. Al sentir que se te acaba el aire, intentas salir a la superficie para respirar y, justo antes de asomar la cabeza, algo te vuelve a empujar hacia abajo. Esa sensación de angustia que te invade cuando creías que estabas a punto de terminar algo importante pero te das cuenta de que todavía falta mucho. Empezar a creer que estás saliendo del laberinto y descubrir que en realidad aún sigues dando vueltas. Vivir en un déjà-vu de setos armónicamente recortados.

Un déjà-vu donde el tiempo salpica en todas direcciones. Te gusta pensar que las cosas malas van quedando atrás lentamente, aunque a veces vuelvan para darte algún que otro coletazo. Sí, suele pasar, pero empiezas a tener la certeza de que las cosas buenas lo están invadiendo todo de forma cada vez más vertiginosa. Estamos cruzando el desierto sin perder de vista los oasis que asoman en el horizonte. Puntitos verdes que hacen el camino más llevadero. Donde cada nuevo oasis es más grande, más verde y más vivo que el anterior. Hoy visito el quinto y parece mentira que ya haya pasado tanto tiempo desde que Aomame se puso a bajar las escaleras de emergencia de la autopista.

Como si pulsaras un botón gigante con la palabra desconexión escrita en grande, ayudas a relativizar todo lo malo dejando aparcados los problemas. Como también haces con esa sonrisa que aparece en tu cara cuando te toca un simple reintegro después de echar diez o quince primitivas sin premio. Conviertes un pequeño destello de optimismo en una explosión de felicidad. Levantas la cabeza de nuevo y te vuelves a fijar en la superficie. El led naranja ya está parpadeando. Tienes una notificación: en breve podrás salir a respirar.

martes, 26 de agosto de 2014

Silencios cómodos

Miradas que se cruzan, sonrisas que empiezan a dibujarse, suspiros. Mi nariz buscándote las cosquillas. Vuelves a mirarme. La luz ténue y azulada de la lamparita hace que tus ojos brillen aún más. Dices algo que el ruido de las aspas del ventilador no me deja escuchar. Melocotones con kiwis o algo bonito. No importa, este silencio ya es cómodo.

Tu silueta boca arriba antes de apagar la luz de la mesita de noche. Tu mano acercándose en la oscuridad buscando la mía. Anticipamos el siguiente movimiento del otro: estirar el brazo es invitarte a apoyarte en mi pecho, levantar la barbilla es invitarte a darme un beso más. Es nuestro propio sistema de comunicación al margen de las palabras.

No queda nada por aclarar, sólo amor por explotar. Como en aquella larga escena de nuestra primera peli en que los protagonistas no dicen nada. La complicidad entre ellos llena la pantalla y sobran los diálogos. Sus ojos pueden transmitir mucho más que lo que sus voces podrían. A veces una sola sonrisa puede tumbar mil te quieros.

martes, 19 de agosto de 2014

Cruzando el bosque

Llegan las novedades mientras sacudes la arena de la toalla. Pequeños granitos que si los llevaras a casa acabarían formando una montaña gigante. Siempre has dicho que te gusta dejar la toalla bien lisa antes de ponerte cómodo. Copio tu idea una vez más y sonrío con la bolsa llena de chuches. Me hace ilusión y me halaga tu propuesta. Otra cosa que añadir a la emoción de ese lunes.

Luego llega un rápido chapuzón. El agua hoy está cristalina pero también muy movida. Unos chavales gritan, unos hombres lucen cuerpo, unos amigos ríen. Vigilas mi mochila y yo vigilo la tuya antes de volver con más novedades. Algunos creerán que lo que debías hacer es agarrarte para que no te arrastre la corriente, pero otros creeremos que soltar las manos y dejarse llevar ha sido el paso más honesto.

Como en una buena visita a las fiestas de Gràcia, no te puedes ir sin cruzar la calle de los zombies. No será casualidad que se haya plantado en la calle Progrés. Me retas a escribir algo bonito en este contexto, mientras los niños aún siguen llorando. Preferían la calle del año pasado, cuando todo eran dinosaurios. Ahora es un bosque lleno de monstruos pero también lleno de luz. Progreso, le llaman. Adelante.

jueves, 31 de julio de 2014

A la vuelta de la esquina

Estaba tan ansioso por relajarme que no hacía más que ponerme más tenso y a todo elemento de tranquilidad le aparecía una contraparte de negatividad que me sacaba de quicio. Vas a nadar a la piscina y no paras de chocar contra mujeres torpes que se cambian de carril de repente. Vas a tumbarte al sol a la playa y todos los niños del mundo salen a correr y a gritar y a llenarte de arena. Vas a tomar algo con un amigo en una terracita y cuando por fin te estás relajando aparece un ser minúsculo con vida propia que no deja de ladrar y enervarte. Está claro que cuando estás predispuesto a agobiarte te agobias. 

Lo que iba a ser el fin de semana de calentar motores para las vacaciones fue de todo menos relajante. Un bofetón en toda la cara de los últimos coletazos del estrés acumulado. Mi calendario ya marcaba un horario más tranquilo pero mi cuerpo y especialmente mi mente seguían ancladas a la angustiosa rutina de las últimas semanas, de manera que cada granito de arena en el camino se estaba convirtiendo en una insalvable roca. Ahora que todo empezaba a pintar bien yo seguía fijándome en las minúsculas partes negativas. Como en el cuento de la princesa y el guisante. ¿Cómo puede una cosa tan relativamente insignificante provocar tanto malestar? 

Acabo de levantar el cierre por última vez hasta septiembre. Me instalo en este escritorio en el que llevo ya más de 400 días y siento vértigo al pensarlo. En realidad ha pasado todo muy deprisa. El trabajo de aquí, el trabajo de allá, las carambolas del commuting, el sudor en la bici, el frío del invierno cuando entraba a trabajar y ya era de noche... Todas esas cosas parecen que acaban de pasar y que han pasado todas a la vez. Una última curva para llegar a las vacaciones. Un merecido descanso y una esperada desconexión de todo. Mañana podré por fin dormir sin preocupaciones. Apartaré por fin el guisante para poder acurrucarme en tu pecho.

miércoles, 23 de julio de 2014

Inventemos un juego

 
"Inventemos un juego", me dicen tus ojos brillantes sonriendo. Con este balón verde y algo de imaginación nos ponemos a montar las normas sobre la marcha. Operaciones complicadas, viento a favor, penalizaciones por torpeza, risas por pensar en voz alta supuestos absurdos. Tu sonrisa dando saltitos chapoteando en el agua me contagia. "Y si fallamos... pues perdemos". La norma más simple de todas es estar juntos.

Inventar un juego entre los dos es como construir una guarida secreta en un rincón que sólo nosotros conocemos. Una guarida secreta con una puerta invisible que solamente tú y yo podemos abrir. Una puerta que se abre con dos llaves de colores que separadas no son más que objetos fosforescentes, pero juntas una da sentido a la otra. Hasta que no inventamos juntos este juego no fuimos capaces de darle más de tres veces seguidas al balón.

Te acercas como un gato que jugando a ser cazador se acerca a su objetivo antes de saltar a mis brazos. Te arranco un beso más tras burlar la seguridad de la cuerda que nos separa. Sigo con la mirada a ese puntito naranja dirigiéndose al oeste con los últimos rayos de sol. Me llevo una mano al pecho y levanto la otra bien alto. Tengo que darle dos toques al balón antes de llegar a veinte sin olvidar gritar múltiplo. Nos han robado la colchoneta pero nos han regalado el mar.

miércoles, 16 de julio de 2014

Espérame esta noche

 
En la pequeña ciudad de Freiburg, al sur de Alemania, cuando llega la noche y la frecuencia de los tranvías supera el cuarto de hora, las cuatro líneas llegan a la misma hora a la parada central y se esperan un par de minutos para que todo el mundo que lo necesite pueda hacer el cambio. Ocho tranvías que se acercan por todas las calles del cruce para luego marcharse ordenadamente. Cada noche la misma rutina cadenciada. Buenas noches, línea 2. Gute Nacht, Linie 5.

Coges el móvil y mandas un par de emoticonos. El mensaje recorre silenciosamente la red llevando una sonrisa a varios cientos de kilómetros. Que descanses. Doble check. Escribiendo. Nuevos emoticonos. Más sonrisas. El ruido del ventilador nos va hipnotizando. El despertador proyecta la hora en el techo. Las 00:34. Sabes que tampoco es demasiado tarde pero prefieres no contar las horas de sueño que te quedan. Cierras los ojos. Buenas noches, línea 4.

Cada noche llego a ese cruce y espero que lleguen los otros tranvías. Dejo el móvil en la mesita y doy vueltas en la almohada. Busco con los pies bajo las sábanas. Miro el reflejo de los faros en los adoquines. Ha llovido y está todo mojado. Así es aún más bonito. Tus ojos brillan con la ténue luz que entra por los minúsculos huecos de la persiana. Una mujer salta corriendo dentro del segundo tranvía. Alargo la mano y busco la tuya a mi lado. Suena la campanilla y cierro los ojos. Espero que esta noche por fin llegue mi línea.

martes, 8 de julio de 2014

Pedalea conmigo

Ir en bicicleta es algo que no se olvida. Una vez ya has aprendido a andar con ella consigues esa habilidad de por vida. Hay paseos en bicicleta que tampoco se olvidan. Al más puro estilo retrasar el placer, las bicis de Madrid nos han puesto la paciencia a prueba durante dos semanas antes de dejarse probar. Una vez más, el destino ha tenido el capricho de que no funcionase hasta que lo diéramos por perdido y dejásemos de intentarlo desesperadamente.

Otra vez esa emoción de estrenar algo juntos, y ya van unas cuantas de estas. Las luces de la ciudad en la noche, el viento en la cara y nuestros ojos llorosos ante la belleza del momento. Girarme y ver tu sonrisa pedaleando junto a mí. Alargar la mano y acariciarte intentando no perder el equilibrio. Leer en tus ojos que aquí y ahora eres feliz. Leer en mis ojos que no podría estar más a gusto.

La lista de cosas pendientes se va haciendo cada vez más larga, pero cada pequeño detalle superado es un gran logro a celebrar. Al principio quizá impresione y tenga un punto de vertiginoso, pero si consigues relajarte, esa enorme lista puede verse como algo realmente bonito. Un último abrazo antes de bajar la última caja. Una sonrisa más antes de apagar la luz. Un empujoncito de la asistencia eléctrica en las cuestas más difíciles de remontar. Un ratito tumbados en el suelo buscando las estrellas. Paso a paso, día tras día, de risa en risa, estamos construyendo algo grande.

martes, 1 de julio de 2014

Cuesta arriba, cuesta abajo

 
Entre hoy y mañana cruzaremos el ecuador del año. Medio 2014 ya habrá pasado de largo, así de rápido. Ya hace seis largos meses que quité las pepitas a las uvas mordiéndome la lengua. Ya hace cinco de aquella colleja que me recondujo la trayectoria. Ya hace cuatro que me pasé una mañana con los brazos en cruz pensando en cuándo podría por fin abrazarte y ya hace tres que lo conseguí. Ya hace dos meses del primer baño en el mar y ya hace uno que abrí mis regalos envueltos en celofán verde. ¿Está el año medio lleno o medio vacío? ¿Cuesta arriba o cuesta abajo? Otra vez la perspectiva jugando con nuestra percepción.

Se presentan unos meses cargados de cambios. El estrés asomando la cabeza entre horas y horas de trabajo, entre idas y venidas, entre muebles que cambian de habitación y números que bailan arriba y abajo en un delicado equilibrio. Pero cuando estoy más desbordado cierro los ojos y pienso que sólo es un pequeño bache, un cambio de rasante que hay que superar para volver a rodar cuesta abajo con los brazos en alto. Abro el cajón y huelo mi camiseta favorita. Todavía huele a vacaciones, a despertarse sin la alarma del móvil y preparar un buen desayuno. A volver a la cama después de fregar los platos y decidir si vamos antes a la playa o a la piscina. Ya no falta nada para volverme a poner esa camiseta.

En plena cuesta arriba oyes ese ring-ring. Snake te hace saber que está pensando en ti. Queda un buen trozo de cuesta aún por subir hoy pero me gusta pensar en las buenas vistas que hay desde arriba y lo que voy a disfrutar de la bajada. Antes de que nos demos cuenta ya habremos vuelto a poner el nórdico en la cama y la decoración navideña en la ventana. Mi tiempo pasa frenéticamente rápido y llevo puestas mis botas de montaña para subir hasta donde haga falta para salir adelante. Contigo y contigo también. Bajemos juntos hasta el 2015.

miércoles, 25 de junio de 2014

Nueva temporada

Arriba o abajo. Delante o detrás. Principio o fin. Dependiendo de donde fijes el punto de vista verás las cosas de una manera o de otra. Echa un vistazo. Han cambiado muchas cosas y otras muchas cambiarán. Coge aire y mira a tu alrededor. Dice Murakami en 1Q84 que las cosas siempre se acaban en algún momento, pero no vas encontrando carteles que digan "esto acaba aquí". Hace tiempo que acabó, sólo te falta cerrar la tapa del libro y seguir caminando tranquilo.

Hay temporadas que no necesariamente acaban con un buen cliffhanger, simplemente dejan de haber nuevos capítulos. Quizá ya estás en la siguiente temporada y sólo hace falta darte cuenta. El eterno juego de equilibrios de dónde poner el punto de vista. De su colocación dependerá la manera en que afrontarás los cambios. Allí siempre puedes volver. Son apenas dos horas y media, con mil abrazos que te esperan a lado y lado de la línea. De momento aquí estaré yo con la furgoneta cargada de optimismo.

Como siempre hay una canción esperando el momento oportuno para lanzarse encima de ti, hoy te ha saltado Back to Paradise. Has encontrado un trocito de cielo guardado en tu alma. Ahora tú puedes colocar el punto de vista donde mejor te venga. Toca meterse de cabeza en el nudo de la trama. Empieza tu nueva temporada.

jueves, 19 de junio de 2014

Hasta mañana

Parece que fue ayer cuando metí los pies en esas aguas congeladas donde si no me tiraba de cabeza no iba a decidirme nunca a bañarme. Pero ha pasado ya un mes entero. Cuatro semanas que han avanzado entre angustiosamente lentas y vertiginosamente rápidas. En mi gráfico distancia - tiempo se produce la paradoja de que todo parece reciente y lejano a la vez. Un déjà vu que marea. Recuerdo detalles muy concretos de aquella tarde como si los acabara de vivir o como si mañana fuera a volver a vivirlos.

¿Por qué guardar los cereales en la balda más alta de la cocina si luego hay que ponerse de puntillas y estirar mucho los brazos para llegar a agarrarlos? ¿Y si los pusiera más a mano? Aquí cubre nada más dar un paso pero allí podemos correr, saltar, darle con el hocico a la pelotita y hacer ahogadillas de forma segura, aunque si nos bañarnos de noche hay riesgo de que nos enganche el Leviatán.

Cada mañana le das la vuelta a esos dados que marcan el día en el que estamos. Pero hay días que te olvidas de hacerlo y por un momento piensas que todavía falta mucho para volver a la playa. Pero es sólo un momento. Busca en cuál de los dos queda el número nueve y ponlo a la derecha. Mañana. Con una sonrisa en los labios el tiempo pasa mucho más deprisa.

miércoles, 11 de junio de 2014

Llega el buen tiempo


En meteorología se habla de un tipo de nubes que se llaman comúnmente "nubes del buen tiempo". Son los Cumulus humilis y su presencia indica que sí, que va a hacer buen tiempo, pues estas nubes bajas se forman cuando el sol ha calentado bastante el suelo y el cielo por encima de ellas está despejado. Al parecer son más fiables que las aplicaciones del tiempo para smartphone, pues el sábado mi móvil decía que haría fresquete y casi nos asfixiamos.

Si al mal tiempo hay que ponerle buena cara, con el buen tiempo no podemos hacer menos que emocionarnos. Porque a veces se puede estar tan a gusto que podemos agobiarnos de pensar en cuándo va a terminar este confort. No, no y no. Toca aprender a relajarse y disfrutar el momento. Sentarse a ver esas estructuras de algodón flotando sobre el horizonte mientras sigan allí. Estirarse un rato más en la cama cuando has acabado todo en menos tiempo del previsto. Mirarte a los ojos sin dejar de sonreír.

Los pájaros lo tienen más fácil para remontar el vuelo cuando las nubes del buen tiempo decoran los cielos. Cerca del suelo se crea algo de turbulencia que es molesta para los aviones pero a los pájaros les ayuda a volar más alto con más facilidad. Cada vez que levanto la mirada veo Cumulus humilis y sé que pronto va a volver a hacer buen tiempo. Sólo un empujoncito será necesario para ponerse a volar de nuevo.

viernes, 6 de junio de 2014

Sonríe, es tu cumpleaños

Mi anterior cumpleaños fue agridulce. Por un lado celebrábamos que llevaba un año más en este mundo, pero por otro una noticia de última hora nos hacía difícil disimular las caras largas. Fue uno de los cumpleaños con las sonrisas más forzadas que recuerdo, pues las fotos que hicimos fueron más para recordarnos a todos juntos que para recordar la fiesta en sí. Eran fotos por si acaso. Creo que fui el único que sonreía sinceramente. Quizá desde el principio he sido excesivamente optimista con este tema, pero un año después parece que yo tenía razón.

Un número tan random como el treinta y uno ha dejado atrás un año muy intenso en que cada mes podría tener su propio titular. Cambios, cambios, cambios. He crecido mucho, aunque hablando en términos temporales solo haya pasado un año. El potrillo al que en enero le temblaban las piernas ha aprendido a andar al paso, al trote y al galope. El potrillo ha echado un buen cable al caballo para que también se volviera a levantar. El potrillo ha estado a punto de morir por sinceridad en numerosas ocasiones. Una buena temporada de la serie Encjurgellados.

Treinta y dos es un número guay y lo voy a estrenar con mis ojitos brillantes. Este año me espera una carrera de obstáculos y no sé dónde estaré en mi próximo cumpleaños, pero el camino no podría ser más bonito. Iré pintando las piedras que me vaya encontrando con esmalte de colores alegres. Sonrío, es mi cumpleaños.

lunes, 2 de junio de 2014

Miedo al diálogo

Se desvía a la cuneta, da un frenazo y para el coche. Se quita las gafas de sol y le mira a los ojos.
 
- No has entendido nada.
- Es porque no quieres escucharme.
- Yo sí que te escucho. Es a ti a quién falta empatía.


Abre y cierra las varillas de las gafas de sol en un movimiento repetitivamente nervioso. Él se fija en sus manos.

- Empatía para decir lo que quieres oír.
- Empatía para entender lo que te quiero explicar.
- No quiero que me expliques nada.


Sale del coche y se sienta en el capó, mirando fijamente ese aerogenerador solitario que va dando vueltas. Él también sale, rodea el coche por detrás y se apoya en la puerta abierta.

- Deja que te lo cuente desde el principio.
- Ya lo has hecho dos veces y sólo ha servido para que nos enfadásemos aún más.
- Porque no quieres hacerme caso.
- responde mirándole a los ojos.
- Porque no quiero hacerte caso.

Él no puede aguantar la mirada. Se muerde el labio y se mira las manos. Abre una de las varillas y la rasca con las uñas. Una brisa silenciosa hace bailar las espigas. El aerogenerador sigue dando vueltas, ajeno a la discusión. Se mantienen callados, observando cómo las aspas giran. Un golpe de aire hace que el trigo empiece a susurrar y bailotee hacia ellos dos.

- Parece que se ha levantado viento.
- Cállate y dame un beso.

lunes, 26 de mayo de 2014

La primera vez

Hay una primera vez para todo. La primera mirada, el primer abrazo, el primer beso. La primera vez que coges un coche, la primera vez que ves el mar, la primera vez que dices esas dos palabras. En ocasiones esa primera vez llega en realidad a la segunda ocasión. Al final, la primera vez acabó faltando tiempo. Al final, la primera vez te dio vergüenza proponerlo. Al final, la primera vez no te atreviste a bañarte. De todos modos, esa segunda vez es en esencia la primera, todo lo anterior han sido meros intentos. 

Hacía buen día y ahí estaba el mar. Daban ganas de darse un remojón, hasta que una ola helada rozó tus pies. Se te pasaron las ganas en un primer momento, pero aún así, querías que ese día fuera tu primera vez. En ocasiones las ganas de hacer algo te cierran la garganta. Puedes pasar horas intentándolo y no articular palabra. Como si estuvieras sentado en una bici a lo alto de una pronunciada cuesta. Sabes que a la que sueltes los frenos vas a salir disparado. Un sólo gesto y ya no hay vuelta atrás. Tenerlo todo tan al alcance de la mano da verdadero vértigo.

Al final no te lanzaste al mar, pero no tardó en llegar esa segunda oportunidad. Esta vez en una playa más ancha, más bonita, más solitaria pero también más fría. Te acercas a la orilla, mojas los pies, sientes el frío intenso. Esta vez vas a lanzarte, seguro. Me miras y sonríes. Una ola que no has visto venir casi se te lleva para adentro. No hay mucho tiempo para pensar, simplemente hay que hacerlo. Soltar el freno de la bici. No puedo esperar más. Yo me tiro de cabeza.

lunes, 19 de mayo de 2014

La paciencia del petirrojo

Cuando éramos pequeños creíamos ciegamente en aquella leyenda urbana que nos contaban nuestras madres sobre el corte de digestión. Aún hoy, a los treintaytantos, se indignan cuando insinuamos que eso de esperar dos horas de reloj a volver a meterte al agua después de comer es una tontería. Pero entonces teníamos dos opciones: contentar a mamá esperándonos o engañar al organismo dando el último mordisco del bocata dentro del agua.

Esperar. Siempre se me ha dado un poco mal. Intento sobrellevarlo haciendo otras cosas para olvidarme de que estoy esperando. Hace muchos años, mientras pasaba el tiempo prudencial que aleja la posibilidad de sufir el mitológico corte de digestión en la playa, tuve una idea. Íbamos a construir un ancla para ir con la barca hinchable donde quisiéramos, dejándola amarrada al fondo mientras buceábamos. Así que agarramos un trozo de madera que vimos por ahí y nos pusimos manos a la obra, tan obsesionados con lograr el objetivo que no nos dimos cuenta de que estábamos tomando el camino equivocado: habíamos olvidado que la madera flota.

Ahora sé que la paciencia tiene su recompensa, por muy larga y difícil que pueda parecer la espera. Soy un poco como el petirrojo que no para de moverse en esa ramita. No siente ninguna amenaza y no necesita cambiar de postura, pero no para quieto. Sólo son tres noches. Salta y salta en su ramita, ahora hacia aquí, ahora hacia allá. Cuando llegue lo que está esperando estallará de emoción. Pacientemente canta y observa lo que tiene alrededor entre saltito y saltito. Mira el reloj constantemente. Las nueve y veinticinco. Las diez y cuarenta. Las once y cincuenta y cinco. Tus ojos buscando los míos entre la multitud. Aquí estamos por fin.

lunes, 12 de mayo de 2014

Rise like a phoenix

 
El pop es importantísimo en nuestras vidas. Nunca me cansaré de decirlo. Este fin de semana hemos tenido un enésimo ejemplo con la austríaca barbuda, conocida por unos poquitos desde hace un par de años y por toda Europa desde hace un par de días. Conchita Wurst ha hecho que, por la razón que sea, en casi todos los países cogieran el móvil y votaran por ella. Así es como su mensaje ha llegado más allá de la misma gala de Eurovisión: queremos vivir en paz y en libertad.

También en paz con nosotros mismos. Aunque a veces tropecemos, siempre acabamos resurgiendo de nuestras cenizas. Por muy oscuro que parezca el camino, hay que forzar la vista y fijarla en ese destello que se ve ahora a lo lejos. Hay que centrarse en él, por ténue que parezca. Seguir andando para darse cuenta de que unas veces se gana y otras se aprende. No es tu primer bache y no estás sólo. Tienes mil manos a tu alrededor dispuestas a ayudarte a levantar. Una vez te transformes y renazcas, resurgirás como un ave fénix.

Unas cosas acaban y otras están empezando. Trenes que vienen y van. Ilusión creciente y tristeza contenida. Por eso tengo aún más abrazos por repartir. A ti, para darte fuerza en esta nueva etapa, para recordarte que puedes contar conmigo, para que vueles desde la oscuridad. Y a ti también, por ver como cada día me sonríes más, por ir poniendo checks en nuestras tareas pendientes, para celebrar que han vuelto a darle doce puntos y teníamos una apuesta.

Conchita interpretó su tema en primera persona del singular. Resurgiré, voy a volar. Pero cuando volvió a subir al escenario para cantar de nuevo la canción como ganadora, cambió la letra para cantarla en primera persona del plural. Vamos a volar, resurgiremos, volveremos a nacer. Ahí estaremos. Juntos somos imparables.

lunes, 5 de mayo de 2014

Busco un girasol

Hace treinta días se me metió una idea fija en la cabeza: quería comprar un girasol y lo quería en una maceta, para que durara. Empecé preguntando a amigos y acabé rastreando la ciudad en busca de floristerías. Anduve buscando la dichosa flor toda la mañana. Finalmente encontré uno, pero estaba un poco pocho, no era en maceta sino en ramo y le faltaban algunos pétalos, así que acabé comprándolo junto a una gerbera naranja que se encargó de disimular sus defectos. 

El tiempo y la distancia juegan en una dimensión extraña que se contrae y se expande. Parece una escena muy lejana pero en realidad se puede decir que acaba de pasar. Hace poco más de un mes del último episodio de Cómo Conocí a Vuestra Madre. No hace ni quince días que abrieron ese Dunkin' Donuts. Sólo hace una semana que cantamos I'm With You en el sofá con mis gallos. "Take me by the hand, take me somewhere new". Mientras, el girasol cada día ha mirado a levante por la mañana y ha ido siguiendo el recorrido que el sol ha ido trazando hacia el oeste. Lo ha hecho ya treinta veces.  

Son las 15:30 y el chico de las zapatillas verdes se sienta a leer en un parque, entre dos olivos. Está esperando y en realidad apenas puede leer, pues los nervios apartan su mente de la novela. Aún así, no quiere levantar la cabeza hasta el último momento, en que oye que le llaman. Con su camiseta favorita, sus ojos brillantes y su sonrisa nerviosa, el chico de la bandolera dice "qué pasa, Xavi". Se abrazan y el girasol les mira.

martes, 29 de abril de 2014

Qué ganas tenía de verte

Qué diferentes son las zonas de llegadas y salidas de los aeropuertos, y cómo me gusta observar allí a la gente. Al margen de la funcionalidad del edificio en sí, los sentimientos de añoranza tienen un matiz especial en cada planta. Arriba, en las salidas, predomina un "te voy a echar de menos", con caras tristes y apenadas. Abajo, en las llegadas, todo son "qué ganas tenía de verte", con sonrisas y alegrías. Son dos maneras de manifestar un mismo sentimiento. Si bien la primera tiene un halo de negatividad inevitable al ser el principio de una temporada de separación física, sería genial cambiarla por un "qué ganas voy a tener de volver a verte" aunque nos cueste.

La despedida se eterniza en esas colas zigzagueantes que parecen no tener fin y esos controles donde siempre descubren que llevas un botellín de agua. Después del último abrazo vienen mil saludos con la mano desde lejos, a cada giro de la cola de los controles, a cada fracción de minuto previa a pasar el escáner, a cada vez que vuelves a ponerte el cinturón tras ser cacheado. Levantas la mano una última vez y luego te la llevas al pecho. Te voy a echar de menos, dicen tus ojos.

El reencuentro es también muy tenso, pero acaba ocurriendo de golpe. Cada vez que se abre la puerta de llegadas rastreo el máximo de caras que puedo procesar en esos segundos de apertura, moviendo la cabeza a lado y lado para poder ver a todo el mundo. Tras diez minutos me doy cuenta de que por la puerta de la derecha sólo salen japoneses, así que tengo que centrar mis esfuerzos en solamente una de las dos. De repente te veo llegar, me escondo y te sigo. ¿Qué pasa, machote? Qué ganas tenía de verte, te digo yo.

miércoles, 23 de abril de 2014

Sant Jordi es laborable


 
Sant Jordi es aún más bonito si cae entre semana. Al contrario de lo que mucha gente de fuera cree, es un día laborable como cualquier otro y es justo ahí donde reside la gracia. La gente va y viene en sus rutinas diarias, abarrotando el metro por la mañana, arrastrando caras de sueño por las calles, pidiendo un café para llevar y dando sorbos rápidos antes de entrar a la oficina o antes de abrir la tienda. Pero hay algo sensiblemente distinto: hay rosas y libros por todas partes.

Las gitanas que te gritan guapo y te ofrecen sus rosas en cada esquina, el grupo de estudiantes que intenta costearse su viaje de fin de curso en la boca del metro, la librera del barrio que ha montado una paradita en la acera y te regala una rosa por cada libro que le compres... Conforme avanza el día la cosa va a más y a más, y es por la tarde cuando cobra su verdadera magnitud: los catalanes en busca de libros inundamos nuestras calles. Literalmente. Los guiris miran incrédulos como, por un día, son apartados del centro de gravedad de la ciudad. Barcelona hoy nos pertenece.

Y Sant Jordi ya es la ostia cuando, por sorpresa, se nos adelanta y aparece donde menos te lo esperas. El abrazo más sincero es el que surge de sentir una emoción verdadera, el que te impide controlar tu reacción, el que hace que te brillen los ojos. Sólo piensas en devolver el abrazo y sólo quieres que el tiempo se pare. Sant Jordi llegará allí donde nazca el cariño, por muy lejos que estés.

martes, 15 de abril de 2014

Finales fatales


Me encantan las novelas y películas que acaban mal. Me fascina que, después de todo el nudo de la historia, el final sea desgarrador. No hace falta que te deje destrozado, como pasa en algunos casos exageradamente crueles, pero el simple hecho de carecer de un final feliz hace muchas veces que la historia sea rabiosamente original. Cuando una novela acaba mal siempre te sorprende, porque en el fondo, mientras lees, estás dando por hecho que todo se arreglará. Es lo que casi todos los lectores esperan.

Si la vida real está llena de historias tristes, de dramas incomprendidos, de sufrimientos crueles y de sueños inalcanzables, ¿por qué la mayoría de ficciones tienen que acabar bien? Estas historias fatales nos recuerdan que los finales no siempre son felices. Que existan finales malos nos hace ser más realistas y no creer que las cosas malas solo nos pasan a nosotros. Al fin y al cabo, después de un desenlace terrible puede haber una nueva historia bonita a punto de empezar. 

En vez de buscar desesperadamente ese final feliz, quizá debemos ocuparnos simplemente de tener una existencia feliz. Si la historia finalmente resulta que no acaba con todo el mundo comiendo perdices, estaremos contentos de haber estado sonriendo un montón de tiempo y deberíamos pensar que no tardaremos mucho en volver a sonreír. Así que vamos a ver Antes del Anochecer para despedirnos a moco tendido de la trilogía. Al menos Grecia siempre será un lugar precioso.

martes, 8 de abril de 2014

Después del atardecer

"Voy a ponerte un vídeo que es muy tú". Cuando te dicen que algo es muy tú es que en algún momento te has abierto tanto que se te ha visto el alma. A partir de ahí luego no hay que sorprenderse cuando pueden acertar el entrante que quieres pedir para compartir, el llavero que vas a escoger entre todos los que te ofrezcan o la planta que más te interesa del Reina Sofía.

Esa planta es la terraza y es que los lugares altos con vistas son una de mis debilidades. Directos al ascensor de cristal, pasando de refilón por una exposición con unos cubos de madera que se iban acumulando, como si fueran los trocitos de fruta en esa macedonia con yogur helado que acabas de sacar de la nevera. Desde aquí arriba es posible sentir algo de vértigo, pero las cosas se ven muy claras. Aquí y ahora estoy feliz. Busquemos el oeste; lo más bonito de esta puesta de sol empieza ahora. Otra cucharada de felicidad, esta vez con un poco de chocolate.

Ese vídeo que es muy yo ahora es una canción que es muy tú. Porque hay canciones que son como un portal mágico: vuelves a escucharlas y te transportan a donde te habías quedado. Así de simple. Suena, y ya estás allí. El círculo se cierra y estamos otra vez donde hemos empezado. Según entro al metro suena Ü Berlin en mis cascos y mi mente se aleja tanto de mi cuerpo que me acaba llevando físicamente a donde me hubiera gustado quedarme.

Hey now, take the U-Bahn, five stops, change the station
Hey now, don’t forget that change will save you

Pero no canta Michael Stipe, cantas tú.

miércoles, 2 de abril de 2014

Sombras y luces

Una misma situación de partida puede vivirse y desarrollarse de maneras muy distintas. Esperarla con ilusión puede llevarte al batacazo si no resulta resolverse como tenías previsto, pero esperarla con miedo puede bloquear que se desarrolle con éxito. A veces no podemos controlar esta lucha interna entre el miedo y la ilusión, entre el escepticismo y la euforia, entre la precaución y la despreocupación. Pero sí que deberíamos poder cerrar los ojos, respirar y empezar a andar. Aparcar a un lado esos temores y simplemente dejarnos llevar.

Una lámpara puede hacer una luz muy bonita y a la vez una sombra muy tenebrosa. Nosotros tendemos a quedarnos con una de las dos partes: o bien nos dejamos cegar únicamente por la belleza de su luz o bien nos asustamos de lo siniestra que es su proyección en la pared. Quizá sea cuestión de echar unos pasos atrás, ver la escena en su conjunto y sonreír. Sonreír porque ahí delante sí que hay cosas que te dan miedo, pero están rodeadas de otras muchas cosas que te gustan o te hacen feliz.

Para este viernes tengo altas expectativas, mucha ilusión y, como no podía ser otra manera, también tengo un poco de miedo. Tras varias noches de teorías y discusiones, y después de estar toda la semana esquivando spoilers, por fin veré el final de How I Met Your Mother. Estoy convencido de que me va a gustar, de que voy a emocionarme y de que la espera habrá valido la pena. Pero muy en el fondo, está ese "¿y si...?" tocando los cojones. Nada, ¿sabes qué? Que llegados a este punto, creo que me va a a encantar aunque termine con una invasión extraterrestre.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Espera un momento


Soy una persona paciente, aunque quizá a veces espero resultados demasiado deprisa. Quiero disfrutar de esta novela pero, por otro lado, me muero por terminarla y conocer el final. Me gusta mucho pasear por esta calle, pero también tengo una curiosidad enorme por saber lo que hay al girar la esquina. Estoy muy a gusto tomando el sol, pero quiero echarme a nadar ya para ver si el agua está tan buena como dicen. Quizá es mejor esperar y saborear el momento hasta que llegue la hora de, por fin, lanzarte.

Una vez te decides llega esa sensación. Esa sensación de vértigo como la que te domina en la cola de una montaña rusa. Mientras esperas todo son nervios. ¿Y si es tan fuerte que en vez de disfrutar lo paso mal? ¿Y si es tan floja que la espera no ha valido para nada la pena? Pero hay que esperar para que, una vez ya hayas montado, veas que era tan genial como te parecía, y finalmente puedas aparcar esa tensión nerviosa que has vivido los momentos justo antes de lanzarte, que creías que te iba a matar. Cuando vuelvas a la cola la próxima vez seguro que estás más tranquilo.

Mi amigo Alex dice en su libro La Noche Nos Alumbrará que a veces la vida no te está diciendo que "no", sino que te está diciendo "espera". Fue una de las frases que más me gustó. Fijaos qué contentos esperan los perros en la puerta del súper. Les dejas allí atados y no apartan la vista de la puerta en ningún momento. Cuando sales cargado de bolsas, esos perros se ponen tan contentos de volver a verte que parece que sea la primera vez. Quiero ser como ese perro y esperar con la misma ilusión. Sin llegar a obsesionarme, eso sí, pues las mejores cosas aparecen cuando no las estás buscando.

jueves, 20 de marzo de 2014

Todas las canciones hablan de mí

Hay canciones que aparecen en el momento adecuado. Las escuchas y te suenan bien. Te dan buen rollo o tienen una melodía simpática. Has visto que un amigo la escucha en Spotify y te ha hecho gracia. Buscas el mp3 y las empiezas a oír más a menudo. Y de repente, un día, te da por prestar atención a la letra. Ya te la sabías de tanto oírla, pero todavía no te habías parado a escucharla.

Igual que de pequeño tardé años en darme cuenta lo que era el virus que navega en el amor en El Fallo Positivo o qué es lo que disfrazan de amistad en Mujer Contra Mujer,  he estado mucho tiempo cantando otras cosas de un tirón sin fijarme en la letra. En el momento más oportuno, de golpe, te das cuenta de que hay canciones que hablan de ti. Estaban esperando un despiste para darte un bofetón en la cara o para hacerte sonreír con cara de tonto.

Hace unas semanas metí una canción nueva en mi lista de reproducción. Unos días después me encontré cantándola de memoria y no fue hasta entonces, oyendo mi propia voz en la ducha, que me di cuenta de lo que estaba diciendo. Ahora, cuando en mi mp3 salta esta canción mientras estoy corriendo, corro más deprisa. Corro más deprisa porque soy un superviviente.

lunes, 17 de marzo de 2014

Un mapa en blanco

 

Siempre me han gustado los mapas físicos. Con sus cordilleras, sus planicies, sus valles, sus lagos. Con esas sombras que acentúan el relieve y hacen que las montañas parezcan más altas. Hoy cuelgo un mapa nuevo en la pared. Un mapa físico de Europa.

Así que tengo un mapa en blanco, una caja llena de chinchetas de colores y todo un mundo por caminar. Voy a ir marcando tranquilamente los lugares que ya he visitado, recordando cómo me reí en Amsterdam aquel fin de semana largo en que apenas dormí, cómo lloré al ver nevar en el puente de Carlos en Praga, cómo me temblaban las piernas esperando en el aeropuerto de Barajas. Los hitos de una vida.

Acariciaré esas zonas del mapa en las que todavía no he podido clavar mis chinchetas, donde las bolitas de las ciudades me miran con ojitos tiernos esperando que las visite pronto. Pensaré en dónde voy a ir cuando por fin pueda a volver a hacer planes y pensaré también si me voy solo o me llevo a alguien. Tengo un mapa lleno de oportunidades. ¿Dónde voy a poner mi primera chincheta?

lunes, 10 de marzo de 2014

Dame un abrazo

 
Hace un mes y pico de aquella noche en que emulamos una fiesta de pijamas, subiendo y bajando las escaleras entre risas, con dificultad para mantenerse en pie pero con facilidad para filosofar sobre la vida. "Hay que tener muy claro lo que quieres y lo que no quieres". De esas noches mágicas que desearías vivir más a menudo. 

He pasado el fin de semana entre amigos y ha sido agotador. Estoy agotado de reír, estoy agotado de bailar, estoy agotado de charlar, estoy agotado de andar, estoy agotado de apenas dormir, estoy agotado de aplaudir, estoy agotado de ir de arriba a abajo, estoy agotado de ser sincero. Y estoy feliz, así de simple. Eso es lo que quería.

Lo que no quería era volver con las manos vacías y, por suerte, me llevo la maleta cargada de abrazos. Abrazos de por fin volvernos a encontrar. Abrazos de compartir emociones de madrugada. Abrazos en el súper, en el metro, en la calle. Abrazos que esperas recordar toda la vida. Abrazos tan fuertes que destrozarían armaduras. Abrazos sin filtros. Abrazos que provocan que te regalen chupitos y piruletas. Abrazos al final de una explosión de confeti y pirotecnia. Ya puedo sonreír tranquilo.

martes, 4 de marzo de 2014

Leer es sexy

Siempre he tenido una relación un poco fetichista con los libros. Me encanta descubrir cómo es el tacto de su portada y la intensidad del olor de sus páginas. Me encanta ponerlo junto a otros libros para ver qué tal interacciona. Me encanta contemplarlo en la estantería y en la mesita de noche. Me encanta leer en el metro, en una cafetería acogedora o en un banco recogido en un parque. Me encanta presumir de libro como quien presume de novio. Ver a un chico mono leyendo le otorga inmediatamente un plus de monosidad. Leer es sexy.

1Q84 lleva esperándome en la estantería desde hace casi un año, mirándome con ojitos tiernos cada vez que me acercaba a elegir mi próximo libro. Este fin de semana lo saco a pasear. Nuestra primera cita.

Al principio será todo fascinante, todo nuevo, con la emoción de pasar página y ver cómo el punto de libro va avanzando hacia adelante. Acariciaré a menudo su lomo, iré oliendo sus páginas de vez en cuando y lo luciré orgulloso en el metro y por la calle. Luego la historia irá tomando profundidad y me acabará arrastrando, o me empezará a aburrir y tendré que darle una oportunidad. El final será feliz o será un dramón, pero no quiero ningún spoiler. Voy a disfrutar de esta lectura. 

viernes, 28 de febrero de 2014

Una hoja menos en el calendario

Ya estamos otra vez a último viernes de mes. Otro mes que se pasa volando. Otro viernes para poner Ace of Base en la oficina y mover la cabeza cantando Always Have, Always Will. Una sonrisa más en la cara. Una hoja menos en el calendario.

El invierno queda atrás y con él se marcha el frío. Los días se alargan, la luz del sol es más dorada y los almendros ya están en flor. Un viaje asoma la cabeza. Unos amigos esperan con los brazos abiertos una cena pendiente desde hace meses en que podremos estar por fin todos. Una ocasión ideal para empezar ese libro que esperaba un momento especial para ser leído.

Retomé este blog para no estar tan pendiente del calendario, para que el tiempo no fuera simplemente eso que va pasando mientras tu vida sucede. Para apropiarme de ese tiempo y usarlo en positivo. Para dejar testigo de este crecimiento. Para mí. Debo admitir que me ha sorprendido vuestra aceptación. Me suena un poco absurdo dirigirme a vosotros así, pero me hace ilusión tener cada vez más visitas y que me digáis que os gusta lo que escribo. La vergüenza siempre había sido una barrera difícil de levantar.

Aquí está marzo, con expectativas y optimismo en el horizonte. Con ganas de guardar la ropa de invierno y salir a sentir el calor mientras acaricio el lomo del último Murakami que me falta por leer. Sintiendo que muy pronto también repartiremos salud. Estoy listo para seguir caminando.

lunes, 24 de febrero de 2014

Seis puntos para la Dama


Incluso una canción absurda puede inspirar algo serio. No nos quedó muy clara la letra de la Dama, pero sí la coreografía. El punto está en sacudir los brazos acabando las frases con palabras que rimen con huevo. Cuero, fuego, suelo, juego. Lo que sea. Moverte mucho sin saber muy bien lo que estás diciendo, como hacíamos en nuestra adolescencia con esas canciones en inglés. Si hay que petardear, que sea bailando.

Podemos encontrar metáforas hasta en las cosas más banales. La Dama recibió la mínima puntuación de los tres miembros del jurado y la mínima puntuación del voto del público. Fue la peor valorada de la noche pero ella recibía esos seis puntos con una amplia sonrisa. En cambio, Ruth Lorenzo ponía cara de perro cuando no le daban el máximo, y se pasó toda la gala mosqueada, pese a que al final resultó ganadora.

Lo bonito de hacer el Camino de Santiago no es llegar cuanto antes a la plaza del Obradoiro, sino aprender a disfrutar del recorrido. Abrazar a tus amigos, reír durante horas, pedir una cerveza más, dejar de mirar el reloj, bailar juntos una chorrada y también parar a quejarte de lo que te duelen los pies. Al final del camino no siempre hay una Catedral, por eso es importante empezar a vivir ya. 

Quien te quiere ya está orgulloso de ti. Sabes valorar las oportunidades y detestas la soberbia. Te lo has pasado bien y eso es lo que más te importa. Son sólo seis puntos, pero son tus puntos. Hay que ser más Dama y menos Ruth en la vida. Disfruta de este momento y no dejes de sonreír.

miércoles, 19 de febrero de 2014

Mirar hacia arriba

La primera vez que quedamos en Colón me dijiste que no sabías lo que era. "Es que nunca miro hacia arriba", contestaste. Cuando estamos en otra ciudad no nos parece raro andar contemplando continuamente lo que nos rodea. De hecho, lo raro sería no hacerlo. Pero en la nuestra, a menudo se nos pasan muchas cosas por alto. 

Un turista podría haberte guiado. ¿Perdone, sabe dónde queda Colón? Claro, al final de la Rambla. O al principio, según se mire. Siempre es fácil saber dónde acaban las cosas y a menudo hay que pensar mucho para acordarse dónde empezaron. Cuando te has perdido, a veces simplemente necesitas mirar hacia arriba.

Arriba está la estatua de Colón, apuntando en la dirección contraria. La gente se fija en eso, en que su dedo no señala a América, que es lo que se supone que debería hacer. A mí me gusta pensar que señala hacia allí porque por allí se sale del puerto, y si quieres llegar a América más vale que le hagas caso o tu barco quedará varado en el Paral·lel. En ocasiones hay que dar un pequeño rodeo para lograr tus objetivos.

Hemos pasado mil veces por muchos sitios sin habernos dado cuenta de lo especiales que eran. ¿Qué tal si nos parásemos de vez en cuando a disfrutar del camino? Como mirar mucho por la ventana en un viaje en tren. Como observar las gaviotas en el puente del Maremàgnum. Como responder al interfono asomándote a la ventana. Mira hacia arriba.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Andar hasta el final

Tengo un puñado de complejos, pero hay una cosa de la que sí me gusta presumir: mi sentido de la orientación. Perderse. Esa sensación de no saber donde andas, de no tener ni idea de hacia dónde dirigirte, de notar que el pánico se apodera de ti porque te has perdido. Esa sensación es muy exótica en mí, porque rara vez me desoriento. En mi cabeza hay una brújula que se acaba de imantar con mi intuición. Cuando falla, siento el subidón provocado por ese vértigo a lo desconocido. Me encanta.

La primera vez que fui a París quise ir solo. Una megalópolis así seguro que me descolocaba y hacía que me perdiera. Lamentablemente no lo consiguió, pero disfruté de la experiencia de ir confirmando paso a paso que no me había perdido. Que iba encontrando hitos que sabía localizar en un mapa. Que todo andaba según lo previsto. Que tenía la situación controlada en todo momento. Que podía estar perdido en la vida, pero nunca en un mapa. 

Hace ya casi un año, en Gran Canaria, llegamos a un pueblito costero en el que paramos a comer. Yo sabía que cerca andaba una cala que podía ser la ostia. Lo sabía porque podía sentir que detrás de esa montaña se escondía algo que desde la carretera no se podía ver. Esa cala me está esperando, pero nadie me cree. Nadie me cree y desconfían que detrás de esas piedras pueda haber algo bonito.

Me pongo a andar, decidido. El camino parece peligroso pero la marea está baja, así que mis pasos son confiados. Sigo andando y fantaseando con la ilusión que me hará descubrir ese rincón escondido, esa cala de ensueño que está esperándome tras esas rocas enormes y resbaladizas. Apoyo los pies con más cuidado, aquí el suelo está más mojado y llegan las olas. Escalo la última roca y sólo entonces, aparece esa playa, mucho más grande, cristalina y solitaria de lo que imaginaba. Lástima que no me llevé la toalla, quizá porque yo tampoco acabé de creérmelo. Ahora sé que hay andar hasta el final para confirmar que tenía razón.

lunes, 10 de febrero de 2014

La mejor hora

En el mismo viaje en tren en que decidí retomar este blog, decidí que lo acompañaría siempre de fotos tomadas por mí. También alguna de Google Earth, sí, para tener la excusa de mantener el título. Fotos hechas expresamente para casar con las cosas que quiero decir: un paraguas amarillo, un reloj con distracciones electrónicas, un amigo sentado en la fuente de una plaza. Pero también fotos que despiertan vivencias o sentimientos dormidos.

Un álbum de fotos es el perfecto archivo de recuerdos. Vas girando páginas y vas riendo acordándote de situaciones absurdas, vas acariciando las caras de aquellos que ya no están, vas sonriendo al volver a sentir capítulos especiales de tu vida. Es toda una bomba sentimental. Una carpeta en el disco duro también lo es, pero una foto bien enmarcadita es como un medicamento efervescente: hace el mismo efecto pero actúa antes. Mi abuelo a pocos meses de morir había días que no me reconocía, pero muchas veces cogía mi foto que tenía en el mueble y le hablaba a aquel niño en moda ochentera que le sonreía a través del marco.

Cuando por fin me compré una réflex, mis amigos se reían siempre de mí cuando pasaba de hacer una foto en un sitio que era bonito pero no tenía buena luz o porque les decía que necesitaba una ISO demasiado alta y prefería volver en otro momento, o cuando me emocionaba al llegar la mejor hora. He tenido incluso discusiones por no llegar a tiempo para coger la luz perfecta en el ángulo perfecto. Mi recomendación para tomar una buena foto es tener mucha paciencia. Paciencia también para aguantar que se rían de ti, aunque luego al ver el resultado las vayan a querer lucir en sus redes sociales. Así otro día aprenderán también a ser pacientes.

Amar la fotografía implica asumir la maldición del fotógrafo: tus fotos serán más o menos bonitas, pero tú apenas saldrás en un par de fotos buenas. Será cuestión de ir perfeccionando las selfies mientras no tengas a nadie que te las haga. Pero nunca dejar de compartir la pasión de retratar momentos, lugares y sentimientos.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Aprender a dejarse visitar


Hay amigos que vienen de visita y llegan con la maleta llena de planes compartidos. Bloqueo la agenda y me preparo para volver a enseñar mi ciudad, volver a comer en aquel restaurante que tanto echaba de menos, volver a buscar un mirador adecuado para la hora del día. Volver a transmitir la pasión que Barcelona despierta en mí.

Nunca me canso. Podría recorrerla con los ojos cerrados. Podrían raptarme en una furgoneta sin ventanas y no me desorientaría. Es cuestión de soltar el freno y dejarse llevar. Sin mapa. Pasear hasta quedar extenuados. Olvidar el reloj y dejar que el tiempo vuele, aunque luego toque salir corriendo para poder llegar a todas partes. 

Cuando estás así, quedarte sin batería en el móvil sólo es grave porque ya no puedes tomar más fotos. Habrá que conformarse con recordar esos instantes, sin más. Simplemente recordarlos. El tiempo ahora es nuestro. Abrimos el grifo y dejamos que corra el agua. Hay que dejarse visitar más.

Desde las alturas el aire fluye más libre y embobados el tiempo pasa aún más deprisa. Aparecen nuevas perspectivas y parece que todo está más cerca, que todo está más apelotonado, que todo está al alcance de la mano. Hay días que desde las alturas de Barcelona se puede ver Mallorca. No parece más que una nube oscura, baja y alargada, pero es la mismísima Serra de Tramuntana. Tan lejos, pero tan cerca. Todo es una cuestión de perspectiva. Hay que aprender a ver lo que tienes ante las narices.

lunes, 3 de febrero de 2014

How I Met Your Mother


Salvo en contadas excepciones, siempre me he sumado tarde al carro en cuestión de series. Esperaba a que hubiera unas cuantas temporadas para así asegurarme de que podía darme un buen atracón sin temer a que la despensa quedese vacía. Me lanzo a por ella y me zampo un capítulo detrás de otro, luego otro más, uno más y a la cama. Bueno, va, otro.

Un día entré en Amazon y vi un ofertón: las seis primeras temporadas de Cómo Conocí a Vuestra Madre al precio de una. Una serie aparentemente poco profunda, con pocos personajes, amena y rápida parecía perfecta para ver en versión original y sin subtítulos con la excusa de seguir abriendo el oído al inglés. Pero con el juego que daba el recurso de ser una historia contada en retrospectiva, lo gamberros que eran los guionistas con sus ingeniosos giros y la arrolladora personalidad y clichés de los cinco protagonistas me encangaché de tal manera que un unos meses me puse al día y ya esperaba ansioso cada martes mi pizquita de droga, esos veinte minutos tan esperados.

Pero la que iba a ser última temporada acabó alargándose, y se notó. Se notó mucho. Mucha gente la abandonó, pero yo decidí darle una oportunidad. Llegados hasta aquí era como haber cruzado un largo puente colgante y, a tan sólo unos pasos del final, decidir dar vuelta atrás y dejarlo estar. Pero a medida que pasaban las semanas, se hacía más pesado andar esos pocos pasos que quedaban hasta el otro lado del puente.

Hasta que llegó el martes pasado. Todo lo mala que estaba siendo esta temporada se me olvidó de golpe. Un amigo dijo en Twitter: "lo que me gustaba era que era la serie del amor y hoy con el capítulo 200 ha vuelto a serlo". No puedo estar más de acuerdo. Ahora somos muchos los que hemos recuperado la ilusión con esta serie y tenemos nuestras emociones listas para estallar en llanto. Esta noche emiten uno más y ya sólo faltarán seis capítulos. Una recta final con la responsabilidad de engancharnos al sofá y hacernos disfrutar por última vez de la que creíamos que iba a ser la nueva Friends.

Por ahora puedes agarrar tu ukelele y salir a tocar los primeros acordes de La Vie en Rose. Nunca sabes quién va a estar escuchándote en el balcón de al lado.